
Sirva la introducción histórica para poner en contexto al lector del tema que trataré a continuación, con la intensión de rescatar y reivindicar un término por demás desconocido pero no por ello impreciso.
Cómo sanjuanino, el vocablo llegó a mi conocimiento (desde la niñez) para referirse despectivamente a la persona mal hablada, mal vestida, vulgar o mas genéricamente, a la gente humilde, de bajo estrato socio cultural. Sin embargo, debo aclarar que, a diferencia de lo que la opinión pública considera, no debemos asimilar humildad con pobreza, ya que, en el contexto presente, existe gente pobre que no es humilde, mientras que hay ricos que si lo son. Pero es un problema a tratar en otro apartado. En la aplicación a este ensayo, que nadie se sienta aludido desfavorablemente en la reflexión, pues no se está autorizado a “pecar de ridículo” a costa de ser pobre o humilde.
En la era contemporánea, a los 55 años viviendo en
Argentina, donde nací, eduqué y formé (humana y profesionalmente), poseo una
creciente necesidad de categorizar aquel término aprendido en la infancia, ahora
maduro y con experiencia en “el lomo”. Nada más propicio que este término para aplicar el
mismo a ciertos grupos (cada día más numerosos) de la sociedad argentina,
también conocidos como “negros de mierda”, aunque esta expresión no tiene que
ver con el color de la piel, pero si con el del alma.
Adocenados, estúpidos por los efectos de la
televisión macabra y vacía de contenido, con el “fulbo, la puta y la joda” como
estandartes, estos individuos a pesar de la educación recibida no aprendieron
nada, desconociendo límites de espacios propios o ajenos. Queriendo defender
sus derechos individuales o sectarios a cualquier costo, hacen pública su
ignorancia absoluta e indiferencia al bien común, cómo si el derecho de ellos
valiera más que el de su prójimo. Generalmente andan en patotas, considerando
cómo iguales a ignorantes, andrajosos, matones, provocadores e ignorantes del
“buen gusto” y la belleza. Desconociendo el significado del “absurdo”, todo
aroma a “distinción” y “superioridad” les resulta nauseabundo, prefiriendo el
“ridículo que los hace “gente de barrio”.
Lamentablemente, sucesivos gobiernos voceros de intereses foráneos, con sus políticas destructivas de la educación pública; sumado a la acción corrosiva de los medios que contribuyeron a la distorsión de la cultura popular; han posibilitado la reproducción y difusión de éstos especímenes, indígenas exiliados de cualquier civilización.
El peligro
del fenómeno social, no se encuentra tanto en la repugnancia que despierta en
la gente de bien (no en “gente bian”), sino en la perturbación que los
“melánicos” producen en el desarrollo de una sociedad superior, una Nación
Grande, donde sus ciudadanos se sientan atraídos por la belleza y lo sublime.
En definitiva, un pueblo que sepa apreciar que “no es lo mismo ser derecho que
traidor” y que la Biblia sonría en un lugar diferente que “junto al calefón”.