domingo, 17 de junio de 2018

HOMBRES Y SOMBRAS

Mundo Sombras » » Tres hombres   Lo que distingue al hombre superior -en sentido de "especie", no de masculinidad- de los demás, no radica en su capacidad de resolver problemas o en su talento para efectuar acciones con mayor destreza. Sino en la aptitud de ver y vivir la vida -en todos los ámbitos- con un sentido perfeccionista y trascendental; una vocación definida hacia la autonomía, la creatividad e iniciativa. "Afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; entre el más y el menos. Integrando a la vez, bien, belleza y verdad. De esta manera, ocupa el espacio del sabio, que la modernidad heredó de la santidad religiosa.
Hoy asistimos a un hecho inexorable y es que el advenimiento progresivo de las democracias, con la falsa premisa "de la igualdad", parece desafiar el orden natural, cuando la observación reflexiva nos permite percibir que la orientación de la historia es opuesta a toda nivelación y desecha la presunción igualitaria.  José Ingenieros, dice que... Las sociedades humanas, para su progreso moral y estructural, necesitan del genio más que del tonto, del talento más que de la mediocridad... Igualar todos los hombres sería negar el progreso de la especie humana.
   
   Cuando impera el clima de mediocridad -todo relativo, sin diferencias entre lo mejor y lo peor-, se perciben aires de incomodidad, inquietud ante la presencia de hombres excelsos, creativos, independientes, dueños de su pensamiento y de su vida.
   
   Podemos razonar entonces, que la razón del retroceso y quietud argentina, más que en la ineptitud y corrupción de los dirigentes, debería buscarse en la capacidad que detentan los grupos de poder para manejar la "psicología de masas" a quienes se les inculcó -a lo largo de 38 años- la idea falaz un pueblo capaz de asumir la soberanía del Estado; cuando la experiencia histórica indica que las masas de pobres e ignorantes jamás tuvieron aptitud para gobernarse.
Los ciudadanos de esta Nación –o lo que queda de ella-, deberíamos contribuir a instaurar una especie de "meritocracia", donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas. Los hombres se esforzarían por ser cada vez mas desiguales entre sí, prefiriendo cualquier originalidad creadora a la más tradicional de las rutinas, sin privilegios de alcurnia, posición económica o clientelismo; "las sombras seguirán los pasos de los hombres".



Nota: Los segmentos resaltados en cursiva, pertenecen a José Ingenieros, escritos en diferentes capítulos de su obra "El Hombre mediocre", pensamientos con los que me identifico y sirvieron de base ideológica para la redacción de este artículo.

domingo, 10 de junio de 2018

EL HOMBRE AFORTUNADO... para Literautas.




Llevaba un hacha en la mano mientras caminaba por el bosque. Acababa de realizar  “la hazaña”. Las rescató de la muerte y una de esas personas lo desvelaba. Tuvo suerte de estar cerca del lugar. Salvó esas vidas y a la vez respondió a su corazón, a las vibraciones de su cuerpo. “No solo de pan vive el hombre…” se decía constantemente. Agregando: “ni de hachar arboles tampoco”.

En su anhelo, creyó que se podría ahora acercar a la muchacha, una vez recuperada del shock, por supuesto. La ilusión de compartir su vida con ésta mujer, se haría realidad. Cotidianamente la veía pasar por el sendero, con dos canastos repletos de frutas y ropa, rumbo a la cabaña de su abuela. La viejita estaba anquilosada hacía tiempo por el reumatismo. Su mamá, entonces, la enviaba con viandas y para ayudarla en las tareas,  rogándole que no se detuviera en el bosque a hablar con extraños.
Mirando la muchachita pasar, meneando sus caderas, quedaba fijado con “ciertos pensamientos”. Ahora, después de su acción heroica con el lobo feroz, se convenció que Caperucita lo vería con otros ojos.

Caminaba de regreso a su cabaña, recordando lo ocurrido horas antes. Había salido  a hachar árboles su tarea habitual, para luego fraccionarlos  con destino al aserradero, dos millas río abajo. Después que derribó el primer roble, escucho gritos  provenientes de la cabaña situada como a cien metros de allí. Corrió hacia el lugar. Pero al llegar, todo estaba en silencio. Dio vuelta alrededor de la casa, no encontrando nada fuera de lugar, pensando que había sido su imaginación. A punto ya de regresar, quiso sacarse la duda y se volvió. Subió las escaleras del portal, abrió la puerta  y entro, encontrando todo en silencio. Avanzó hacia el dormitorio, atraído por potentes ronquidos. Encontró la puerta entreabierta; retiró el puñal que llevaba en su cintura y entró sigilosamente. Y contemplo el espectáculo más macabro de su vida: un lobo inmenso dormía a “pata suelta” sobre la cama de dos plazas. Hilos de sangre se le veían en los labios y debajo del hocico. Una caperuza colorada yacía al costado de la cama.
    Después vino lo que el pueblo y el mundo conocieron por las noticias, el informe policial y la literatura:
“… que el lobo engaño a Caperucita…”; “…que el feroz animal, sabiendo que la abuela estaba sola y perdida,  y que la niña se dirigía a su casa, se adelantó, engulléndose a la anciana de un solo bocado…”; “que al llegar la chica a la casa habría corrido el mismo destino…”; “que afortunadamente, el señor Samuel Madero, a la sazón en el lugar, se acercó a la casa. Viendo lo sucedido, con  su puñal abrió el vientre de la bestia rescatando  a las dos mujeres, con rasguños, pero vivas…”.
    Al parecer, el descomunal apetito del animal permitió que las devorara de un bocado a cada una. Esto le produjo gran indigestión, quedándose dormido sobre la cama de la abuela. En esta situación, Samuel aprovecho para llevar adelante el rescate con éxito. El cuerpo del animal fue cargado en un carro, transportado hasta el  rio y arrojado  a su cauce.

Deseaba llegar a su casa pronto. Vestiría la mejor ropa, que no usaba hacía tiempo. Fue invitado a cenar por la mamá de Caperucita en agradecimiento por las vidas de su hija y de su madre. Para él, significaba, quizá, el comienzo de otra vida.
Llamó a la puerta con timidez. Al abrirse la muchacha apareció, más hermosa que una estrella.
—Adelante Samuel dijo Caperucita con sonrisa en los labios cómo si lo conociera de toda la vida.
     El hombre avanzo tímidamente.
—Permiso… pronunció Samuel. Tal vez llegué demasiado temprano… acabó diciendo mientras  miraba el reloj.
—Usted no tiene horario para llegar intervino la madre que regresaba de la cocina con el delantal colgando de su cuello. Esta casa es tan suya como nuestra, y perdone la “facha” prosiguió diciendo con pudor.
—No creo que sea para tanto dijo Samuel respondiendo con cortesía y falsa modestia.
    Pasaron hasta el comedor, donde se hallaba la abuela sentada en una mecedora. La vieja pareció no reparar en la presencia del invitado. El hombre la saludó estrechando una de sus manos con las suyas. Gesto al que la anciana respondió con una sonrisa sin entender de qué se trataba. A Samuel tampoco le importó la enajenación de la anciana. Para él, el centro de la velada era la adolescente que  vestía un trajecito color azul, de pollera a media pierna y chaqueta desprendida, dejando ver una blusa damasco escotada. Esto lo distraía tanto, que le dificultaba concentrarse en cualquier conversación.

Se sentaron alrededor de la mesa, rotando la mecedora con la abuela para que quedara frente a ellos. La madre aceptó el papel de anfitriona dejando que los momentos siguientes fluyeran entre Caperucita y el leñador. Samuel buscaba la mirada de la chica y Caperucita era indulgente con él, cediéndole una sonrisa, que le parecía más de agradecimiento que de coqueteo.
Después de brindar con vino negro, saborearon el pavo más gordo que mamá se había esmerado en asarlo al punto justo. La velada se hacía cada vez más agradable a medida que entre todos derretían el hielo.
Durante el postre, Caperucita dejó de sonreír. Aprovecho el silencio para dar un pequeño golpe de tos, atrayendo la atención de los demás comensales. Ellos levantaron sus cabezas con curiosidad, a la vez que el llamado a la puerta cortó como un machetazo el bienestar alcanzado trabajosamente por Samuel.
─Yo atiendo mamá dijo la adolescente como si hubiese estado esperando este momento.
     Se levanto y dirigió apresuradamente hacia la parte delantera de la casa. La madre miro a Samuel con gesto de incertidumbre. Ideas funestas bullían en la cabeza del leñador cuando escuchaba susurros provenientes del otro sector.
    
En instantes, apareció la muchacha. Un joven, alto, rubio y ojos color azul, dio las buenas noches con seguridad y complacencia. Se acerco a la cabecera, y sin permitir que la madre  se pusiera de pié, besó su mano, expresando su gusto de conocerla. Dio la vuelta alrededor de la mesa y extendió la mano a Samuel.
─Esperaba el momento para contarte dijo Caperucita mirando a su mamá. Él es Román, mamá. Nos conocimos hace dos meses, en el baile de la Cooperadora de bomberos…; Román, el es Samuel, mi salvador.
─Gracias, amigo. Me devolvió lo más sagrado dijo el muchacho estrechando a Samuel en un abrazo.
─ No es nada contestó Samuel mientras respondía al abrazo menos sentido de toda su vida.
   En verdad, era demasiado…