Lo grave de la situación de Argentina -similar a la de otros países subdesarrollados-, no es la corrupción en la dirigencia, que de un lado y de otro siempre tienen sólidos y válidos pretextos para su defensa y justificación; sino en la indiferencia y complicidad social que la posibilita y sostiene.
Denuncias de coimas y coimeros -hoy arrepentidos- por un lado, lavado de dinero en paraísos fiscales, suba de divisas y nepotismo por otro. Ejércitos de reporteros y pseudo periodistas estrellas, producen un espectáculo de todo lo que no debería ser más que información pública objetiva, y a la vez encubren la entrega de la soberanía a potencias extranjeras, el endeudamiento externo -y eterno- y en definitiva, el desmantelamiento sistemático del Estado Nación Argentino. Nadie advierte -o si lo ven no les importa- que a pesar de los discursos y promesas hechos por una u otra facción política, permanecen los mismos problemas estructurales de siempre y que nadie soluciona -ni siquiera mejoran- como la inseguridad, incultura, pobreza y, lo más siniestro, la desesperanza, instalada en el país como parte de la idiosincrasia argentina.
No obstante, la masa voluble y acrítica se prende a la jarana mientras le roban el trabajo, la seguridad, la educación, la salud. En resumen, lo más preciado para la comunidad organizada, el Estado Republicano. Estructura capaz de salvaguardar la igualdad de derechos -como minoría- y la defensa ante el abuso de poder. Quizá por ello es que desde hace décadas, los ciudadanos tenemos la sensación de su ausencia.
Se ha dicho que el destino de la colonia depende más de los colonizados que de los colonizadores. Es verdad, por antonomasia
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