Desperté
escuchando la canción; y una fuerte opresión en mi cabeza, un casco que me ciñe
las sienes. Es extraño, porque tuve un sueño extraño.
Los árboles
se acercan rápidamente y cuando llegan a mí desaparecen como si nada. Después
vienen más árboles…, y más. Una interminable fila; fantasmas surgiendo de la
oscuridad, apostados al costado de la carretera, transportados por una cinta
sinfín invisible.
Sueño que
doy vueltas. Veo el cielo y la tierra, uno por vez. Y así muchas veces. No sé
donde estoy. Pero recién sí lo sabía. Veo luces por delante, alumbrando la
línea entrecortada, blanca, en medio del asfalto gris. Y al costado todo negro, con el abismo más
allá, quizá. Y los árboles, que aparecen y desaparecen vertiginosamente a
medida que acelero.
Cómo cuando
me zamarrean durante un sueño sereno en medio de la noche, así he despertado.
Sólo que no era sereno y no sé si sería un sueño.
Hace calor,
mucho calor. No sé porqué. Y el rostro me arde cómo asomado a la puerta del
infierno. Es raro; aparte de dolor en la cabeza, calor en la cara, no siento
nada más. Los brazos, las piernas, la ausencia completa. La posición de mi
cuerpo, boca arriba, boca abajo, es igual. Vertical u horizontal, es lo mismo.
¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?
A un lado
veo el pequeño cuadro iluminado; sigo con mis ojos el haz que lo produce y veo
el cielo, chiquito, limpio, sin nubes, azul; pero solo un pedazo. Me doy cuenta
que es de día. Pero… cómo, ¿no estaba soñando? ¿Y de noche? ¿Por qué no me
muevo? ¿Acaso no he despertado?
El claro de
luz ha crecido. Empiezo a distinguir objetos alrededor, todo confuso y
retorcido. Siento más calor aún…, pero solo en la cara. En ninguna otra parte
del cuerpo, y que no logro mover. ¿Qué me pasa? ¿Qué hora es? ¿Dónde estaré?
Sospecho
que no es sueño; y recuerdo… Pensaba, pienso. Querer ahorrar la noche de hotel,
fue tacaño. Total, quedan cien kilómetros y he conducido durante mil
quinientos; en hora y media ─a lo sumo─,
estaría allí.
Y recuerdo.
El cartel al costado de la ruta, con el caballo de Troya luminoso centellando.
“El Griego” me incitaba a detenerme. Pero… ¿para qué? Tengo sueño, mucho sueño.
Estoy cerca, pronto llegaré a casa…, y dormiré.
Continúo
recordando; a medida que aceleraba los árboles avanzaban más rápidamente hacia
mí, si. ¿Pero qué árboles? La ruta es desierta; solo campo abierto, inmenso,
silencioso. Y a la vera, un auto volcado, con fuego y conmigo en su interior. Y
me quemo sin lograr moverme. Pero no hay dolor, solo ardor, en la cara.
Y al fin me
dormí. Ahora continuaré descansando quién sabe cuánto tiempo, tal vez para
siempre; porqué no puedo moverme. Y solo por cien kilómetros, estuve tacaño.