Decía Perón en un relato autobiográfico,
grabado durante su exilio en Madrid y publicado después de su muerte, que nuestro pueblo, que había recibido enormes
ventajas y reivindicaciones contra la explotación de la que había sido víctima
durante más de un siglo, debía haber tenido un mayor entusiasmo por defender lo
que se le había dado. Pero no lo
defendió porque todos eran “pancistas”, como decimos nosotros. ¡Pensaban con la
panza y no con la cabeza y el corazón! Al referirse a la Revolución
Libertadora, decía, ¿Iba yo a hacer matar
a miles de hombres para defender una cosa que ni esos miles de hombres estaban
decididos a defender? Y más adelante agregaba: Entonces llegué a la conclusión de que el pueblo argentino merecía un
castigo terrible por lo que había hecho. Ahí lo tiene. Ahí está ahora
hambriento, desesperado. Es la suerte que merece.
Cabe ahora preguntarse ─cincuenta años después de aquel relato de Juan D. Perón─, y sin
entrar en disquisiciones ideológicas, cuanto de verdad y de mentira tenían las
apreciaciones del General cuando se refería a los argentinos como “pancistas”,
en el contexto de que lo único que preocupa al argentino medio es tener los
apetitos inmediatos satisfechos, más allá de quién se los satisfaga y a que
costo. Y todo en la más estricta individualidad, sin la mínima vocación al bien común.
Quizá este pensamiento pueda parecer un tanto
desconsiderado con la sociedad en la que vivo, expresando desdén hacia nuestra
gente. Pero nada más que observar los “día a día”, pequeñas actitudes de la
gente común, para comprender el significado de la carencia de solidaridad y
apetencias hacia objetivos comunes; un lánguido sentido de solidaridad y vocación al esfuerzo para el logro de destinos superiores.
El sentimiento y centro de la atención públicas, se dirigen a lo superficial, rastrero, vulgar, y por
supuesto, material.En la ciudad de Río Gallegos, desde las
compulsas de los dirigentes gremiales con el gobierno para ver quién saca dos mangos más o menos ─todo para
sus respectivos trabajadores─ hasta los mismos trabajadores, divididos
sectorialmente, cada uno luchando por su lado, apelando a medidas que dejan
afuera con total indiferencia a los demás sectores de la sociedad, vulnerando
de una manera mafiosa los derechos de otros ciudadanos. Cómo si los derechos
que dicen defender unos, tuviesen prevalencia sobre los de los demás
compatriotas.
El saneamiento urbano deteriorado, debido a la falta
de mantenimiento de la red cloacal y las reiteradas medidas de fuerza de los
agentes municipales; hace que la ciudad se vaya convirtiendo ─sin prisa
pero sin pausa─ en un hervidero de
residuos flotando a la deriva sobre las aguas servidas provenientes de las
bocas de tormenta colapsadas y que inundan diferentes esquinas de la ciudad.
Los baches instalados en casi todas las arterias, hacen de Río
Gallegos ─otrora ejemplo patagónico de orden urbanístico─ un paisaje
que pronto nada deberá envidiar al de la superficie lunar.
De más está decir respecto a los servicios
educativos en enseñanza inicial y media, con menos de treinta días corridos de
clase en el año; ni de la atención de salud, con un hospital desmantelado, colapsado
y decapitado, más un sector privado ineficiente ─como siempre─, con
reticencias a la prestación de servicios debido a la deuda draconiana de la
obra social provincial, el Pami y algunas pre pagas también.
Mientras tanto, la sociedad civil, las fuerzas
vivas de la sociedad y el gobierno, silencio
de radio. Jamás una actitud viril, enérgica, violenta si se quiere, para
restablecer el orden republicano que no solo no debería haberse dejado robar; también tenemos la obligación ciudadana, patriótica y moral de
recuperar, cueste lo que cueste. Así es un pueblo
merecedor. Aquel que no espera cómodamente la llegada de salvadores
mesiánicos ─que por otro lado en la Argentina son una especie extinguida─, sino que
se dispone a asumir el compromiso de su propia grandeza haciéndose cargo de sus
necesidades y actitudes. Que no se pasa la historia revolviendo mierda,
buscando culpables ni entregando la soberanía al mejor postor.
Perón tenía razón cuando decía
del pueblo, que… eran una partida de
cobardes que no quisieron pelear ni de un lado ni del otro, salvo algunos
ingenuos que perdieron la vida. ¡Los pueblos tienen la suerte que se merece [1].
[1] Torcuato Luca de Tena, Luis Calvo y Estaban Peicovich [Perón, 1976]
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